En las últimas dos décadas, el cantón de Santa Ana ha dejado de ser el tranquilo pueblo agrícola que muchos recuerdan para convertirse en uno de los epicentros del desarrollo inmobiliario más acelerado del país. Torres, condominios de lujo, centros corporativos y plazas comerciales definen hoy un paisaje urbano que es reflejo de una transformación profunda: un proceso de gentrificación silenciosa, pero evidente.

Este fenómeno que hasta hace algunos años se viene hablando, ha modificado no solo el entorno físico del cantón, sino también su tejido social y económico.

Una transformación acelerada

Desde los años noventa, el cantón de Santa Ana ha sido objeto de una fuerte presión inmobiliaria. Su cercanía con San José y su conexión directa con Escazú, la Ruta 27 y zonas francas de alto perfil, la convirtieron en terreno fértil para el desarrollo de residencias dirigidas a sectores de ingresos medios-altos y altos, tanto nacionales como extranjeros.

Según datos del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo (INVU), Santa Ana figura entre los cantones con mayor valorización del suelo urbano en la última década. Además, estudios recientes del sector inmobiliario lo sitúan entre los cantones con los precios más altos por metro cuadrado en todo el país.

¿Qué es la gentrificación?

La gentrificación es un proceso urbano en el cual áreas tradicionalmente habitadas por personas de bajos o medianos ingresos experimentan una transformación a través de inversiones privadas que elevan el valor del suelo y atraen a sectores con mayor poder adquisitivo. Como resultado, los residentes originales enfrentan dificultades para mantenerse en el lugar debido al aumento en el costo de vida.

En Santa Ana, este fenómeno se manifiesta en múltiples formas: desde el desplazamiento de familias que ya no pueden pagar los alquileres, hasta la transformación de calles tradicionales en ejes de alta densidad urbana.

Entre el progreso y la exclusión

Las zonas de los distrito de Pozos, Uruca y Lindora son ejemplos claros del nuevo rostro del cantón. En ellas, proliferan desarrollos verticales, comercios de lujo, clínicas privadas y cafés de diseño. Pero también existen tensiones.

Además del encarecimiento del suelo, la llegada de residentes extranjeros en su mayoría norteamericanos, europeos y en menor cantidad de suramericanos y recientemente nómadas digitales han contribuido a modificar dinámicas culturales, preferencias comerciales y hasta el idioma visible en algunos rótulos o menús.

¿Qué se pierde?

Más allá de los números, el proceso también erosiona identidades locales. Por ejemplo algunas actividades locales y pequeños comercios locales van cediendo terreno frente a un modelo urbano que privilegia el anonimato, la exclusividad y la alta plusvalía. A pesar de ello el Gobierno Local ha venido implementando actividades para que personas locales no pierdan su arraigo a través de actividades semanales donde exponen sus productos como el Mercado de Abasto Solidario.

¿Qué se puede hacer?

Expertos en sociología advierten que es necesario establecer políticas urbanas que promuevan la inclusión habitacional, el rescate del espacio público y el derecho a la ciudad para todas las personas, no solo para quienes pueden pagar los altos precios del mercado actual.

Santa Ana es, sin duda, un caso emblemático del modelo de desarrollo urbano que Costa Rica está adoptando en su GAM. Pero también es un llamado de atención: el progreso no puede medirse solo en torres, centros comerciales y plusvalía. El verdadero desarrollo debe garantizar que nadie quede fuera de su propio lugar.