Vivimos tiempos complejos, cargados de incertidumbre. Cada día se nos imponen nuevas preocupaciones: inseguridad, mayores cargas sociales, noticias que abruman y desgastan. Son problemas que no solo se sienten a nivel nacional, también se reflejan con fuerza en nuestro cantón. Aquello que antes parecía lejano, hoy lo tenemos frente a nuestras casas, en nuestras calles y en los espacios que compartimos como comunidad.

Con el avance del llamado “desarrollo” llegaron también retos profundos para los cuales no parecíamos preparados. A esto se suma la ausencia de un liderazgo sólido, con falta de dialogo e incapaz de proyectar soluciones reales y de corto y mediano plazo. Lo que se nos ofrece en discursos y promesas de reestructuración, mejoras y cambios esperanzadores, no logra materializarse en acciones concretas. Los proyectos que deberían construir un cantón más justo, sostenible e inclusivo simplemente no aparecen, y mientras tanto los problemas se multiplican.

Lo más preocupante es que poco a poco hemos ido perdiendo la cohesión comunitaria en Santa Ana, las palabras de mi madre es que antes todos y todas se conocían, hoy es muy distinto. Los espacios de encuentro, de convivencia y de participación, antes sostenidos por grupos organizados, se van debilitando. Y con esa pérdida, también se desvanece la posibilidad de ejercer presión colectiva, de defender lo que nos pertenece y de soñar juntos con un futuro distinto.

Por eso, hoy la urgencia es clara: debemos organizarnos. Necesitamos reconstruir los espacios donde nuestras voces sean escuchadas, donde se respeten nuestros derechos y donde sepamos que, frente a la vulneración y la injusticia, tenemos la fuerza para manifestarnos y exigir respuestas. No se trata de gritar por gritar, sino de generar una voz colectiva tan firme y articulada que las autoridades no puedan ignorarla, además de informada.

Cuando los mecanismos formales de denuncia no responden a las necesidades de la gente, es necesario buscar sinergias, tender puentes y acompañarnos mutuamente. La organización no solo es resistencia, también es cuidado y acuerpamiento: reconocer que en comunidad somos más fuertes, que podemos encontrar refugio y también impulso para actuar.

Rescatar los espacios de denuncia y de expresión ciudadana es urgente. Necesitamos que sean ordenados y respetuosos, sí, pero también contundentes. Que transmitan con claridad la inconformidad ante las injusticias sociales, que marquen un límite frente a los abusos y que nos devuelvan la confianza de que nuestra voz sí importa.

Debemos recordar que hay personas que no tienen el privilegio de alzar la voz, personas que viven en silencio, temerosos por amenazas contra su vida, contra su libertad o contra su sustento.  En muchos países hay personas encarceladas por el simple hecho de protestar contra lo que consideran injusto. Mientras nuestro país conserve el derecho de organizarnos, de protestar y de exigir cambios, no podemos quedarnos de brazos cruzados. La historia nos enseña que cada vez que la comunidad se ha unido, hemos logrado defender lo nuestro, proteger espacios y detener atropellos. Ese es el camino que debemos retomar. Porque en estos tiempos difíciles, organizarnos no es solo una opción: es la condición necesaria para recuperar lo que hemos perdido y para abrir la posibilidad de un cantón más justo, más humano y verdaderamente nuestro.

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